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Los colores, las formas, la línea, el espacio del cuadro, los elementos todos de la pintura, son usados por Arturo Miranda para decir sus cosas, y como está en el momento importantísimo de identificar qué quiere pintar, lo vemos en plena lucha, trastocando las relaciones reales y mutilando imágenes de hombres, de objetos, convirtiéndolas en signos y símbolos de otra realidad que Arturo Miranda intuye.

Así, de esta manera, una simple silla se puede convertir en el campo donde suceden verdaderos cataclismos: hombres servidos en platos esperan ser devorados por comensales invisibles, focos, lámparas sin luz, iluminan escenas de patíbulo para “gourmets”.

Todo puede suceder en estos cuadros en que la materia pictórica recorre los espacios, dejando aparente la huella de la emoción de su autor. Y sin embargo, a pesar de la pasión que los inunda, todo sucede bañado por una calma incomprensible.

Esta dicotomía de calma y crueldad, llena de reflexión poética intensamente interna y juguetona, contiene lo más claro del lenguaje que Arturo Miranda se afana en conformar, planteándose la necesidad de no ser común, y si la de que su poética sea definitiva y trascendente.

Gilberto Aceves Navarro.

Cuidad de México, 1989.